Visita privada a La Alhambra

Aquellos que nos conocéis sabéis que Granada está en nuestro podio de ciudades españolas. Este año estuvimos allí de nuevo y, obviamente, una de las visitas obligadas fue La Alhambra. No era la primera vez que la visitábamos, pero en esta ocasión iba a tratarse de algo muy especial. La visita iba a ser solo para nosotros dos, con una guía privada. Durante la preparación del viaje hicimos una búsqueda por internet y finalmente dimos con Miriam, guía oficial desde hace más de una década y especialista en el patrimonio histórico-artístico de la ciudad. Ya os adelanto que fue un acierto absoluto. Os dejo aquí su página web por si estáis pensando en hacer un viaje a Granada: os la recomendamos muchísimo.

Comenzamos, pues, a contaros nuestra experiencia con Miriam en…

El día de la visita quedamos con ella a las 8:30 de la mañana delante de la Puerta de la Justicia. De las cuatro puertas exteriores de La Alhambra, esta es la más monumental. Aparte de su función estructural como entrada al recinto, en ella se puede ver uno de los valores simbólicos más destacados: una mano de Fátima, en el arco de la fachada, y una llave, en el de la entrada (no se aprecian bien en la foto, pero se pueden ver muy bien al entrar), ambos símbolos islámicos, que contrastan con la imagen de la Virgen y el Niño en la hornacina. El interior, como es característico de estas construcciones defensivas, se desarrolla en doble recodo, salvando un pronunciado desnivel.


Entramos ya al interior del recinto y nos fuimos directamente a La Alcazaba, la que fuera área residencial para la guarnición de élite que vigilaba la ciudad y que estaba al servicio del sultán. Como normal general, el área de intramuros de la Alcazaba era considerado el lugar destinado a armar la batalla en el momento de las guerras, de ahí que fuera un espacio abierto y diáfano. Sin embargo, en La Alhambra, esta zona era como una pequeña ciudad, semejante a cualquier otra población hispano-musulmana. Es lo que se conoce como el Barrio Castrense. Aquí Miriam nos enseñó los restos de las diferentes construcciones que pueden apreciarse, tales como las casas de esa guardia del sultán que vivían allí con sus familias, o los baños.

Dentro de la Alcazaba se sitúa la Torre de la Vela. Y allá subimos. Era tan temprano aún, que hicimos la visita a esta zona absolutamente solos. ¡Un placer!
Construida en el siglo XIII, durante la dinastía Nazarí, esta torre domina Granada y la Alhambra, ya que es la más alta de todo el recinto.  Sin duda, lo más característico además de su altura, es su campana, la cual ha jugado siempre un gran papel en la vida granadina. Se ha reemplazado varias veces a lo largo de los años, siendo la actual de 1773. Hasta hace poco, se utilizaban las camapanadas para marcar los cambios de turno de riego. También se toca todos los años el 2 de enero para conmemorar la Toma de Granada.


Pero sin lugar a dudas, si por algo merece la pena subir a la Torre de la Vela es para deleitarse con las magníficas vistas de la ciudad y de la sierra que la rodea:



¡Por cierto! Aún no os hemos presentado a Miriam… jeje. Pues aquí la tenéis:


Después de disfrutar un buen rato de las vistas y de la torre en soledad, volvimos a bajar para dirigirnos a nuestro siguiente punto de la visita: el Palacio de Carlos V.
Como su nombre indica fue éste, rey de España y emperador electo de Alemania, quien mandó edificar su residencia de verano aquí, después de la visita que realizó a Granada tras casarse en Sevilla con Isabel de Portugal, en 1526.
El Emperador decidió construir el palacio al estilo «romano»; de ahí su original planta: un círculo inscrito en un cuadrado. Este edificio está considerado una de las obras cumbres del Renacimiento español. A mí lo que más me llama la atención es su increíble columnata.



Una vez que vimos ya toda la parte, digamos exterior, entramos por fin a los Palacios Nazaríes. No os podéis imaginar la ilusión que me hacía volver a estar allí. Creo que, tantas veces vaya a Granada en mi vida, tantas veces visitaré La Alhambra. No me cansaré nunca. De hecho, si algo nos quedó pendiente en este viaje por falta de tiempo, es la visita nocturna que se puede realizar a los Palacios. ¡Ya tenemos excusa para una tercera vez! 😉

Se me hace imposible ir contándoos por orden, una a una, las distintas salas y cuartos por los que pasamos: el Mexuar, el Oratorio, el Cuarto Dorado, el Salón de Embajadores… Estaba tan flipada (y sí, sé que este adjetivo no es nada ortodoxo, pero es la mejor forma que tengo de definirlo) con cada explicación que nos daba Miriam, que se me hizo imposible tomar notas, sacar fotos de todo o simplemente recordarlo uno a uno. No sé, simplemente viví el momento poniendo mis cinco sentidos en las historias, los detalles que nuestra guía nos iba contando. Y creo que, aunque lo recordase, no podría explicar con palabras la belleza que se encierra en estos lugares.
Las fotos, ya os adelanto, no le hacen honor a la realidad…



Esa frase en árabe que os muestro arriba, se repite con mucha frecuencia en todas las salas. Se transcribe como «wa lâ galibun Îlâ Allah» y podría traducirse como «sólo Dios es vencedor». Es algo que nos llamó poderosamente la atención.

También son impresionantes la mayoría de los techos de los distintos salones. Podrías quedarte con tortícolis de tanto mirar hacia arriba… Este fue, de todos, mi preferido:

Es el de la Sala de los Abencerrajes, cuyo nombre se debe a que la tradición popular asegura que en esta sala fueron degollados los caballeros Abencerrajes (una importante familia musulmana oriunda de Granada) aunque los autores no se ponen de acuerdo sobre qué monarca ordenó su ejecución.  Este techo es uno de los mejores ejemplos de mocárabes (forma de bóveda ornamentada en la arquitectura islámica), donde las incrustaciones de yeso que decoran los arcos crean el efecto de estalactitas. Pretendían con esto recrear la estancia del profeta Mahoma en la cueva de Hira, cuando se le presentó el ángel Gabriel, quien le reveló los inicios de lo que luego se convertiría en el Corán.

Pero además de los interiores también hay que hacer mención, cómo no, a los patios que te vas encontrando según pasas de una sala a otra. En las edificaciones hispano-musulmanas el patio era el elemento más importante, en torno al cual se distribuían las distintas estancias de la casa y sobre le que giraba la vida familiar. Como el Patio de los Arrayanes o de Comares:

Este patio toma su nombre de los grandes macizos de esta planta que bordean la alberca por sus lados más largos. Ésta, por su parte, también juega un papel importantísimo en la arquitectura y la estética de la construcción. Lo que se pretende con ella es que juegue el papel de espejo y refleje los edificios, dándoles así una proyección que rompe con la horizontalidad del espacio.
En esta última foto se puede ver la Torre de Comares, situada en uno de los extremos del patio, de 45 metros de altura. Su nombre procede en parte del vocablo árabe «arsh», que podríamos traducir como «pabellón» o «tienda de campaña»; y es que se eligió este término para enfatizar que la torre equivalía a una excepcional jaima que acogía a un personaje ilustre. Los Reyes Católicos y el propio emperador Carlos V sabían el profundo simbolismo del salón, así que mientras  permanecían en la Alhambra, el pendón real era alzado en la azotea de la torre.
Se dice que en esta torre se celebró el Consejo en el que se acordó entregar Granada a los Reyes Católicos. Cuentan que desde uno de sus balcones, la madre de Boabdil, al saber que su hijo estaba negociando con los cristianos la rendición, le dijo: «Mira lo que entregas y acuérdate de que todos tus antepasados murieron reyes de Granada y el reino muere en ti». También cuenta la leyenda que fue aquí donde Cristóbal Colón convence a los Reyes de su expedición a las Indias, que le llevó al descubrimiento de América, y donde la reina Isabel le ofrece sus joyas para financiar el viaje.

Como podéis ver en las fotos, no había demasiada gente durante la visita. Y es que la limitación de aforo por la pandemia, juega un papel importante en este aspecto. Pues bien, gracias a esto, pudimos disfrutar del que -para mí- es el sitio más especial de toooooda La Alhambra. Seguro que muchos ya os imagináis cuál es. Sip, el Patio de Los Leones.
La primera vez que estuve allí, como no sabía «cuándo» me lo iba a encontrar, la sorpresa fue máxima. Sin embargo, en esta ocasión quizás no fue tanta la sorpresa, pero sí la emoción porque sabía lo que venía a la vuelta de la esquina…


Quizás este patio sea el lugar más conocido de toda La Alhambra. Es de planta rectangular y está rodeado por 124 columnas de mármol blanco decoradas con anillos, inscripciones, mocárabes…, que recuerdan a los claustros cristianos. En torno a este patio se agrupaban la residencia privada del sultán y las habitaciones de sus mujeres.
Y en el centro del patio… la Fuente de los Leones. Doce, en total, son los leones esculpidos también en mármol blanco, que dan nombre al patio. Sobre ellos descansa una taza de doce lados, donde está tallado un poema de Ibn Zamrak.  Se cree que la fuente data del siglo XI y que se encontraba en el palacio de un judío granadino. Cuando se trasladó a La Alhambra se colocó siguiendo la descripción de la fuente del paraíso que aparece en el Corán.



Los que nos seguís, sabéis de nuestra devoción por Granada y muy especialmente, por La Alhambra. Sabéis lo pesada que he sido yo -Lidia-, poniendo un montón de fotos en Instagram. Pero creedme cuando os digo que no hay palabras que, para mí, puedan describir la emoción de encontrarse en un sitio como este. Y creedme también cuando os digo que, si os gusta la Historia o el Arte tanto como a nosotros, bien merece la pena contratar a alguien como Miriam que te muestre lo que tus ojos no pueden llegar a ver en un lugar así.

Vale, vale, dejo ya de ponerme intensa y sigo con la visita. Jeje… Saliendo ya de lo que son los Palacios Nazaríes per se, llegamos al Partal. Este era el nombre con el que se designaba al Palacio del Pórtico, ya que «partal» en árabe significa pórtico o galería. Este palacio, del que hoy solo se conserva la Torre de la Damas, fue la residencia de los primeros reyes nazaríes en el siglo XIV. Por extensión se llamó Partal a toda esta zona, que era un complejo residencial compuesto por varios palacios y multitud de jardines dispuestos en terraza para adaptarse al desnivel del terreno. Los jardines actuales fueron diseñados ya en el siglo XIX y siguen la misma disposición que los antiguos.




En El Partal, algunas de las pocas muestras de su antiguo esplendor que todavía se conservan son un pequeño oratorio situado junto al pórtico, y la Torre de las Damas, de la que os hablábamos antes. Esta fue construida en el siglo XIII y cuenta con uno de los miradores más espectaculares de La Alhambra:


Salimos ya del recinto del La Alhambra para ir al nuestro último punto de la visita: el Generalife. Sin embargo, antes nos aguardaba una sorpresa, gracias a Miriam, con la que no contábamos: conocer cuál fue la primera sepultura de los Reyes Católicos, antes de ser enterrados en la Capilla Real, donde sus cuerpos yacen a día de hoy. De hecho, nosotros ni siquiera conocíamos este apunte histórico.
Así es, la primera inhumación de los Reyes fue en el Convento de San Francisco, que hoy es el parador de turismo de Granada. Nos escabullimos un poco y saltamos una pequeña valla de camino al paseo que te lleva al Generalife, y así pudimos ver este lugar que, no por poco conocido, deja de ser importante. Del convento sólo queda actualmente la portada y la cabecera de lo que fue la iglesia del mismo, y en una losa de mármol, en lo que fue el crucero del templo, puede leerse: «La reina Isabel la Católica estuvo aquí sepultada desde MDIV, su esposo el rey Fernando desde MDXVI. Trasladados sus restos a la Capilla Real en MDXX».


Tras un breve paseo entre cipreses, llegamos al Generalife y sus jardines. Éstos -tanto los llamados jardines altos como los bajos- estaban arreglándolos, de ahí que no tengamos fotos muy «favorecedoras», digamos. Pero desde su zona lateral, obtenemos estas maravillosas vistas:


El nombre de Generalife proviene del árabe «yannat al-arif «, que significa «jardín del arquitecto», y era la residencia de verano de los sultanes de La Alhambra. Estaba estructurado en cuatro huertas que se adaptaban al terreno en bancales, una zona residencial y una dehesa que rodeaba la finca. Es la única muestra que queda para poder hacernos una idea de cómo eran los jardines hispano-musulmanes.
El palacio de origen almohade data de los siglos XII y XIII y se distribuye en torno al maravilloso Patio de la Acequia. Éste mide 49 metros de largo por 13 de ancho y por su eje central discurre la Acequia Real. En época nazarí la acequia no tenía esos surtidores simétricos en los que salta el agua de lado a lado, y en los que se han inspirado muchas fuentes del mundo. Fueron añadidos en el siglo XIX.


A mano izquierda (arriba en la foto se ve muy bien, la zona blanca con arcos) está el precioso Mirador de la Acequia, la única abertura original que había en el patio. Las ventanas bajas del mirador son características de la arquitectura nazarí: permite a quienes estén sentados en el suelo, con el brazo apoyado en el alféizar, poder contemplar y ver el paisaje del entorno del palacio con las huertas, junto a la perspectiva de la colina de La Alhambra y la ciudad baja de Granada al fondo.


Y tras la visita del Generalife, finalizó nuestra mañana. Desde las 8:30 que habíamos comenzado, nos dieron casi las 2 de la tarde. ¡Imaginaos si dio de sí esta visita guiada! No podemos estar más contentos y agradecidos a Miriam por todo lo que nos enseñó, pero sobre todo por lo amable y buena gente que es. Como siempre le digo cada vez que hablo con ella, volveremos a vernos cuando regresemos a Granada. Sin duda alguna.
Os recuerdo de nuevo que esta es su página web por si os interesa contactar con ella. No os arrepentiréis.

¡GRACIAS POR UN DÍA INOLVIDABLE, MIRIAM!